Don Justo miraba hacia la ventana. Estaba lloviendo, pero el sol seguía allí. Dentro de su casa de Villa Crespo dominaba el silencio y el frío. Era pequeña, humilde. No era de esas que irradiaban una bienvenida cálida. La casa era indiferente para cada persona que la visitara. Pero a Don Justo nadie lo visitaba, nadie. No tenía familia, ni amigos, ni siquiera tenía mascotas. Todas las mañanas salía a la calle con su sobretodo y sus zapatos gastados. Como vida rutinaria, abría su puerta -negra, vieja, destruida por el tiempo- y salía a la calle. Pero hacía frío, y las ganas no le decían nada. Miró a su alrededor. Sólo observó tristeza. Puso la pava con agua a calentar para hacerse, como uno diría, “un rico té”. Pero al tomarlo no era rico y no era té. Era sólo agua hirviendo. No había té. Como un animal, gruñó, y se fue al sillón, también frío, congelado se podría decir.
Al parecer el frío domina nuestras mentes.
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