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lunes, 25 de febrero de 2008

¿Por qué tengo la sensación de que siempre hay alguien detrás de mí?
¿Por qué… si no hay nadie quien me apoye, me abrace, me acaricie en estas altas horas de la noche?
Prendo de vez en cuando una lucecita, la luz de una simple linterna.
La tomo en mis manos y comienzo a pensar…si interrumpir la acción de la oscuridad es lo mejor.
Y de repente un comentario que me hace tener ganas de llorarlo. Siento ganas de llorar. Abrazar a alguien…para cuando me tome entre sus brazos me sostenga de un terrible tropezón.
Quiero, sí, quiero. Quiero a alguien al lado para que me escuche.
No sé. Sentir su calor humano, su esperanza diaria. Su respiración que tambalea.
La noche es pensante. Por eso pienso más ahora que nunca.
Pero pensar nunca me fue una acción que me ayudara en estos casos. Fue siempre una forma de tirarme al piso más bajo de todos en un departamento viejo y desgastado.
Y hablar. ¿Con quién? No sé. Quizás con la computadora. Y atravesándola otra persona que siente igual. Fría, sombría…amante de la Luna. Habla de todo menos del calor del día, de la rutina diaria. Habla de notas, melodías, canciones, pinturas, filosofía, letras, de la razón, el humanismo….Habla de tantas cosas menos de la rutina y el día.
Quisiera poder hacer algo. Quisiera poder llorar junto al mar y el cielo.
Volvería si pudiera.
Necesito un psicólogo. Sí, a veces pienso en llamar. Pero luego pienso… pienso que no sería la misma si me adapto a la rutina.
No. No me gustaría ir de la mano de personas que no ven, no miran, no observan. Que se pasan la vida preguntándose qué es lo que van a hacer al día siguiente en vez de cosas más inteligentes y espontáneas. No quiero ir con la corriente. Soy yo, y solamente yo. No me importa más nadie. Ahora no me importa más nadie. ¡Cómo odio ir con la corriente!