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sábado, 15 de marzo de 2008

Aquel Precipicio Infernal en la Eternidad de la Felicidad

Cierro los ojos. Veo todo oscuro, veo todo claro.
Es como escaparse de la realidad misma.
Y aquella música que suena y me deja sorda. Suena y suena, nadie la detiene.
Corro hacia las notas que tanto me hacen sufrir. Pero la carrera, tan en vana, me cansa y, entonces, paro. No sigo. Me quiero aferrar a lo que sea para no caer en aquel precipicio infernal. Es tan alto, que sólo con mirarlo ya mi sangre se queda sin calor, sin ningún sentimiento.
Entonces las notas se dan cuenta de que hay alguien que quiere sucumbirlas. (La venganza es terrible)
Me empujan hacia lo más cercano de la caída, que será mi muerte. Y yo no sé qué hacer. Tengo miedo, sí, lo admito. Pero sería más cobarde si no estuviera allí o me rindiera suicidándome. (Quizás el camino que tomo es un suicidio lento -como en la vida- en el que sufro hasta que mi alma se extingue así como mi cuerpo.)
Me parece pisar aire y por ello pierdo el equilibrio, ya que estamos acostumbrados a pisar sólidos. Y pienso: "Crearé un camino de letras". Pero la presión siempre es más fuerte. Las notas, melodías del fuego, tienen poder sobre mi. Y no puedo callarlas.
Finalmente, yo les digo: "Perdón.", como siempre suelo decir. La verdad no sé por qué lo digo. Pero es un resúmen de todo lo que domina mi cabeza. Así que, con orgullo y dignidad, caigo. Mis ojos yacen cerrados para no presenciar mi muerte y no quedarme con esa imagen. Pero luego los abro, porque no hay peor muerte que morir viendo oscuridad y, también, no hay peor muerte que mirar la realidad y quedarse en ella por toda la eternidad.
Así que, muero con un ojo abierto y otro cerrado para siempre estar en la eternidad de la felicidad, en el punto medio de todo...en el equilibrio.